martes, 9 de diciembre de 2008

Los celulares, una pesadilla para los servicios secretos

Los presidentes se resisten a dejarlos y ponen en riesgo la seguridad de sus comunicaciones

PARIS.- La obstinación de los presidentes, primeros ministros y hombres de poder en utilizar sus teléfonos celulares personales se ha convertido en una auténtica pesadilla para los servicios secretos, que deben realizar proezas tecnológicas para preservar la seguridad de las comunicaciones.
El dilema volvió a plantearse hace pocos días, cuando el Servicio Secreto le advirtió a Barack Obama que el 20 de enero, cuando ingrese en la Casa Blanca, deberá dejar de utilizar su BlackBerry. El mismo imperativo enfrentaron en su momento -con suerte diversa- Tony Blair, Nicolas Sarkozy, Vladimir Putin, Dimitri Medvedev, Silvio Berlusconi y José Luis Rodríguez Zapatero.
La exigencia de los servicios secretos no termina de convencer al futuro presidente de Estados Unidos, que durante toda su carrera no se separó ni un minuto de ese teléfono que -como una verdadera minicomputadora- permite además enviar y recibir mails, navegar por Internet, consultar su agenda y tener acceso a los servicios de una empresa, ingresar en bases de datos y mantenerse en diálogo permanente con sus colaboradores.
Gracias a su BlackBerry, Obama seguía las informaciones en directo, consultaba los blogs políticos, miraba los foros de discusión para saber cuáles eran los temas que más interesaban a los norteamericanos y, en una palabra, podía tomar el pulso del país en forma permanente. Mientras se trasladaba en avión o en ómnibus de una ciudad a otra estudiaba los discursos y analizaba los brie fings que le transmitían sus expertos desde el cuartel general de campaña, en Chicago. La noche de la victoria, el 4 de noviembre, incluso utilizó su BlackBerry para enviar un mensaje SMS de agradecimiento personal a todos los norteamericanos que habían votado por su candidatura.
Hasta ahora, nunca un candidato había mantenido un contacto tan personalizado y directo con sus electores. Pero ese vínculo esencial para un dirigente político amenaza con desaparecer por las exigencias de seguridad que impone el poder. Las trabas
El primer obstáculo es de índole legal: todo correo enviado por un presidente de Estados Unidos puede -algún día- tener estado público.
La segunda imposición es por motivos de seguridad: los expertos de la Casa Blanca, del Palacio del Elíseo y del Kremlin no pueden garantizar la total "impermeabilidad" de textos o conversaciones que circulan por los servidores de las grandes empresas de telecomunicaciones y transitan por los satélites de acceso público. Las informaciones transmitidas por esos teléfonos inteligentes pueden ser interceptadas por "agentes externos". Esa ambigua expresión alude tanto a los riesgos de espionaje político como de espionaje industrial.
Los servicios de comunicaciones de los grandes centros de poder sólo pueden asegurar las llamadas y mensajes sometidos a cifrado automático de voz y texto y que además transitan por líneas protegidas.
En todas las grandes potencias, los jefes de Estado y de gobierno son seguidos en forma permanente por sus transmisores. Así se llaman en la jerga del poder los expertos en comunicaciones que siguen al presidente con una valija desde la cual puede establecer una comunicación cifrada desde un túnel, un sótano o la mitad del desierto.
El problema que representan los teléfonos celulares en manos de un jefe de Estado se planteó en junio de 2007 en Francia, cuando Nicolas Sarkozy llegó al poder. En ese momento, el Secretariado General de la Defensa Nacional, dependiente del Ministerio de Defensa, envió una circular por la que prohibió el uso de los smartphones y los personal digital assistants (PDA) en comunicaciones oficiales. El fanatismo de Sarkozy
Esa prohibición, que se transformó luego en "sugerencia", no consiguió alterar las costumbres del flamante presidente francés, que es un auténtico adicto a los teléfonos celulares. No sólo utiliza los modelos más recientes, sino que siempre lleva en sus bolsillos dos o tres aparatos.
Sarkozy llama y recibe por lo menos un centenar de comunicaciones por día, sin contar los SMS y mensajes de voz. En junio de 2007, durante la cumbre del Grupo de los Ocho en Alemania, se lo vio recibir una comunicación mientras caminaba por un parque con Vladimir Putin:
"¿A que no adivinás con quién estoy?", le dijo a su interlocutor.
Quien llamaba era su entonces esposa, Cecilia. Sin esperar la respuesta, le pasó el auricular a Putin.
En otra ocasión, durante la visita de Obama a París en julio, su celular sonó histéricamente tres veces en menos de un minuto en plena conferencia de prensa. Los ministros están acostumbrados a verlo leer o enviar mensajes durante las reuniones de gabinete.
Sarkozy, que suele dormir en la residencia privada de su actual esposa, Carla Bruni, tiene allí un ejemplar de la maleta de transmisiones seguras para usar en caso de emergencia.
Otros adictos a los teléfonos portátiles son el presidente ruso, Dimitri Medvedev, y el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi. A los dos se los ve frecuentemente con el celular pegado a la oreja.
Habituado a las costumbres de prudencia que aprendió cuando era espía de la KGB, Vladimir Putin es alérgico al teléfono celular, al igual que el ex primer ministro británico Tony Blair y el presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero.
Aunque su primera victoria, en 2004, fue en parte el resultado de una gran movilización organizada por SMS, Zapatero sólo habla por teléfono desde su despacho o desde la línea protegida de su automóvil.
De esa forma, los líderes políticos prudentes están seguros de que no sufrirán la misma experiencia que vivió Berlusconi hace cuatro meses. En julio, la prensa italiana publicó el contenido de un diálogo picante que había mantenido con el presidente de la RAI, Agostino Saccà, sobre las cualidades secretas de su ministra de Igualdad de Oportunidades, la ex modelo Mara Rosaria Carfagna.

(La nación)